(Artículo de opinión)
Puse un pie por primera vez en el Príncipe Don Juan Manuel cuando contaba con seis años, treinta y nueve largos años ya han pasado. Si los he visto pasar en mi cuerpo, imagino que el edificio también lo habrá visto, dicen “que los años no pasan en balde”.
Septiembre 2015, a mi niña le ha llegado la hora de volver al colegio, pienso que elegí bien, y no tengo dudas de que un cole con tanta tradición, con infinitas y buenas experiencias, será un lugar privilegiado para mi pequeña. Director joven, buen hacer de sus predecesores/as, y sus primeras apariciones en redes sociales me hacían creer que sus aportaciones al centro iban a ser generosas, no me equivoqué.
Primer día de colegio, algunos vecinos han visto que unos cuantos hombres con un traje de protección especial, estaban encima del techo del edificio grande. Era el edificio de mi hija y me resultó extraño con casi 500 alumnos que pisan el centro al día.
Consulto al Director y explica que ha llegado una orden al centro de retirada de amianto, y que es un obra prevista por la Consellería desde hace tiempo. Buenas noticias, pero yo, con mis estudios de ingeniería de los cuales nunca he querido presumir, tengo mis dudas sobre la realización de esta obra con lo mucho que llueve en septiembre, además de contar con un curso ya arrancado. ¿Hace falta recordar todos los años que el curso escolar empieza en septiembre? Si se trataba de una obra que se acometería a corto plazo… ¿Por qué no se realizó en verano o en algunos de los puentes de los que disfruta mi pequeña? Se retira el amianto, noticias fantásticas para el edificio, pero los trabajadores encuentran que hay que realizar una obra imperial antes de cerrar el tejado y el presupuesto se dispara.
Para dicha ampliación de obra se necesita una autorización, y entre papel y papel, firmas, tiempo de espera, seguimos sin utilizar el gimnasio del edificio, tan disfrutado y necesario para alumnos/as y profesores/as.
Llueve en septiembre, era de esperar, llueve “literalmente” dentro del colegio, el techo se humedece, y entre papel y papel mojado, más tiempo de espera, disfrutamos de un bendito puente de octubre en el que se derrumba un techo de la antigua casa del conserje, actual sala de profesores, “demos gracias a las vacaciones para que a nadie se la caiga un techo en la cabeza”.
Yo, sorprendido, acudo a pedir información, tengo la cosa más bonita de mis ojos allí a diario, y aunque confío en la educación pública, las malas lenguas dicen que se ha de tratar de alguna chapuza de unos cuantos y no puedo evitar pensar en lo que podía haber ocurrido.
Parece ser que cuando se remodeló el edificio se dejó parte de un tabique colgando, esa parece ser la explicación.
Tras una espera de más de seis largos meses, mi pequeña y sus amiguitos tienen disponible el gimnasio. Pueden volver a desarrollar sus ejercicios en un espacio adecuado cuando tengan frío.
Parece que todo se arregla, pero claro, ya es 2016...
Septiembre de 2017, nuevo curso, no puedo evitar hacer memoria de aquel gran susto que parece que quedó “totalmente arreglado”.
Rápidamente llegó octubre de 2017, y, sorprendentemente se cierran baños en el colegio, se nos cuenta que ha habido un desprendimiento de techo de la primera planta. ¿Cómo?, ¿Otra vez?
De nuevo, “demos gracias a las vacaciones para que a nadie se le caiga un techo en la cabeza”.
Recabamos información y esta vez ha sido en un baño de la primera planta, frecuentado por cientos de alumnos/as a diario. Entiendo que lo ocurrido en septiembre 2015 no es más que la coincidencia de dos chapuzas: tabique mal colocado hace muchos años, y obra mal planificada en la que llueve. (Lo que parece llover es el dinero público que pagamos todos)
Pero esto, ¿a qué es debido? Acudo al colegio y las explicaciones de la dirección son muy claras, aunque no tengo dudas en que habrá sufrido alguna que otra reprimenda de algún superior por darme información de chapuzas públicas, ¿Si pagamos todos? ¿Por qué no podemos estar completamente informados?, así que decido intentar obtener información del colegio público por mis propios medios, NO ha habido suerte….
Septiembre 2018, los baños siguen cerrados, en breve habrá transcurrido un año, y seguimos y seguimos esperando alguna firma en un papel que posiblemente esté encima de una mesa cubierto de polvo.
Baños cerrados, niños que tienen que hacer un larguísimo recorrido para llegar hasta el más cercano.
La AMPA desde el primer momento apuesta por manifestaciones, huelgas, pero hasta ahora hemos seguido confiando en el buen hacer de Consellería, en la lógica aplastante y en la coherencia que nosha hecho pensar que esa autorización va a llegar…
Vuelve a ser septiembre 2018, y cómo no, otra sorpresa nos espera, una alumna del colegio nos cuenta que la han cambiado de clase y que ya no se puede subir a la planta de arriba, además de que no van a poder disfrutar de sus divertidas clases de Educación Física en el gimnasio.
¿Cómo?, ¿Otra vez?, nuevamente acudo a por explicaciones y se nos informa acerca del resultado de unas catas que se tomaron en el colegio durante las vacaciones de verano, para ver en qué condiciones se encontraba, y como era de intuir, alguna mala noticia nos van a contar en el Consejo Escolar abierto de esa misma noche. Entiendo las explicaciones, se han realizado unas catas y sencillamente se cierran algunas aulas por precaución para poder arreglarlo. Es muy positivo. Reconocer un problema ya implica empezar a poner soluciones.
Pero sigo sin entender, faltan espacios, las clases tan interesantes desdobladas de las que disfrutan los alumnos/as ya no se podrán realizar, gimnasia, actividades extraescolares,…. Pero, transmitirle a los padres que son buenas noticias, el edificio está en reparación, ya tenemos los resultados de las catas, esas que tanto han tardado.
Hasta aquí todo razonable, pero…hay algo que no entendí y me dejó boquiabierto, mi cara de sorpresa fue tan increíble que aún no he podido quitármela:
¿Cómo es posible que se cierre la sala de profesores y el gimnasio que ya estuvo cerrado en 2015 y 2016?
¿Qué garantía tiene el trabajo que se realizó, que tantos meses tuvimos que esperar y que tanto dinero costó?
Y, además, ¿por qué nuevamente se dan los resultados de las catas con el curso empezado, con los/as pequeños/as ya dentro?
¿Es necesario recordar de nuevo que el curso escolar siempre empieza en septiembre?
Que alguien me conteste a todas estas preguntas para tranquilizarme, que no puedo dormir pensando en techos que le pueden caer a alguien. Imagino la impotencia que ha de sentir el director del centro, aunque intente guardar las formas y la coherencia.
Si en septiembre de 2019 va a ocurrir algo que pueda hacer poner en peligro la vida de mi pequeña, buscaré otro nido de aprendizaje para ella, un edificio público en el que no se derrumben los techos y se cierren aulas cuando empieza el curso. ¿Ocurrirá eso en los edificios que no son públicos? Añoraré a las personas que allí trabajan, que son lo más importante, pero no temblaré cuando sea octubre, mi hija podrá acudir a un baño y hacer sus necesidades en condiciones, podrá disfrutar de clases de Educación Física que tan importantes son para su salud, disfrutará de clases con menos alumnos, y tendré la seguridad de que no podrá caerle un techo en la cabeza. Espantoso, alarmista, pero hubiese podido pasar y sigo teniendo dudas.
Firma:
Un padre preocupado.